viernes, 8 de julio de 2011

Pesadilla


Las cenizas del volcán chileno casi nos la complican, pero después de un par de horas de incertidumbre se confirma la salida de nuestro vuelo a Estocolmo vía Madrid.
Viajar de día en un vuelo tan largo y con cambio de varios husos horarios no es de lo más sano para nuestro reloj biológico.

“Che, ¡menos mal que el nuestro sale, porque British y Air France cancelaron por lo del volcán!” “¡Qué bueno!”… 
¿Que bueno? 
¿Pero porque los otros no salen y el nuestro sí? No digo que era para preocuparse pero sí al menos como para inquietarse un poco.

Subir a un avión siempre me relajó, tanto que muchas veces quedo profundamente dormido antes del despegue, pero todo lo que había pasado hasta ese momento lo transformaron en un vuelo especial. Por eso decidí tomarme unos 5 “miligramitos” de Diazepam.
Además, siempre con la comida en vuelo pido cerveza, vodka, o cualquier cosa alcohólica que me den, ¿porqué iba a ser la excepción?
Antifaz para tapar la luz y dormir tranquilo. Estaba todo listo.

De pronto todo se sacude. Una explosión. Gritos. Todo comienza a vibrar y la aceleración hacia abajo que se hace insoportable. Más gritos. Todo se sacude como yendo por un empedrado a 200 por hora. El ruido se transforma en un zumbido que ensordece, ya la sensación de estar cayendo casi a 90 grados.

 Hay un momento durante una pesadilla en la que cambiás apenas el estado de conciencia y te das cuenta que estás en tu cama, y que ese león no puede morderte de ninguna manera. Pero esto era distinto. Yo sí estaba en un avión, se estaba moviendo hacia abajo, y el antifaz no me dejaba ver que estaba ocurriendo. Ese fue el momento en el que pensé si era mejor dejarme puesto el antifaz sobre los ojos y que ocurriera lo que tuviera que ocurrir, o sacármelo y ser testigo de lo que estaba pasando.
¿Ustedes que hubieran hecho?